Makarena Estrella Pacheco, comunicadora científica – miembro de ACHIPEC
Alejandro Clocchiatti Garcia, astrónomo MAS – UC
A fines de enero, mientras muchos disfrutábamos del verano tratando de ignorar las malas noticias, el universo nos sorprendió con la aparición de un asteroide potencialmente peligroso – el 2024 YR4 – que podía impactar la Tierra el 22 de diciembre de 2032. A diferencia de tantas noticias que vemos sobre objetos que nos pasan cerca, el caso de 2024 YR4 era serio: las agencias espaciales le asignaron un 3 en la escala de Turín (que clasifica entre 0 y 10 el peligro de impacto de un objeto cercano a la Tierra, o NEO por sus siglas en inglés), con una probabilidad de impacto del 1,2%. En términos astronómicos eso era preocupante.
El 4 de febrero, la probabilidad de colisión aumentó al 2% y la ONU activó por primera vez el «Protocolo de Seguridad Planetaria». Pocos días después la probabilidad subía al 3%. El diario El País titulaba: “El riesgo de impacto del asteroide 2024 YR4 es ya el mayor jamás pronosticado”. A esas alturas, aparecieron los memes acerca de si valía la pena seguir pagando el dividendo o la tarjeta de crédito, ya que para el 2032 no faltaba tanto.
Sin embargo, hace unas semanas, NASA ajustó el riesgo de impacto a solo 0,0017%, y la Agencia Espacial Europea (ESA) lo estimó en 0,002%. En otras palabras, la probabilidad de que el asteroide pase de manera segura cerca de la Tierra es casi 100%.
¿Las agencias espaciales y los medios jugaron con nuestros sentimientos? La verdad es que no. Lo cierto es que como pocas veces fuimos testigos de ciencia en desarrollo. Estamos acostumbrados a ver el resultado final de años de trabajo, obviando el camino que hay detrás de los avances científicos, pero en este caso tuvimos ante nuestros ojos, en tiempo real, tanto el desarrollo de la ciencia como la reacción de quienes la comunican. 2024 YR4 nos brinda, entonces, la oportunidad de entender mejor cómo ubicarnos frente a la interacción entre ciencia y periodismo.
Vamos a los datos. 2024 YR4 fue descubierto desde Chile, con el telescopio ATLAS-4 que es parte del Sistema de Última Alerta de Impacto Terrestre de Asteroides (ATLAS por sus siglas en inglés). ATLAS fue concebido por astrónomos de la Universidad de Hawaii y financiado por la NASA. ATLAS-4 fue instalado y opera desde nuestro país con el apoyo del Instituto Milenio de Astrofísica, financiado por ANID. El asteroide mide entre 40 y 90 metros. Si colisionara con la Tierra probablemente explotaría en el aire por el choque con la atmósfera, como el evento de Tunguska, y sería trágico si ocurriera en una zona poblada.
Pero ¿por qué nos sorprende tanto que el pronóstico de colisión se haya ajustado tantas veces y tan rápido? Eso tiene que ver, por un lado, con que se nos olvida con frecuencia que la ciencia, como todo proceso humano, es lenta, acumulativa, y constantemente se va sobrescribiendo. Y por otro lado que la difusión de la ciencia implica en primera instancia, la transformación de la misma en algo noticioso. Lo que no supimos en el caso de 2024 YR4, es que conocemos bien cómo calcular la órbita de un cuerpo menor del Sistema Solar, pero la precisión de la predicción de las posiciones futuras depende de la extensión y calidad de los datos previos disponibles. Entre el descubrimiento, a fines de diciembre, y principios de febrero, los astrónomos pudieron calcular una órbita preliminar del asteroide. Esa órbita predice las posiciones futuras con una precisión que decrece progresivamente hacia tiempos más lejanos. Aplicando el cálculo hasta el acercamiento de diciembre de 2032, la ubicación probable de 2024 YR4 resultaba no un punto en el espacio, sino un ovoide alargado. Como la Tierra quedaba dentro de ese ovoide había una cierta probabilidad de colisión. ¿Podía ocultarse ese resultado? ¡No! Incluso por consideraciones éticas. Con el correr del tiempo, tuvimos más observaciones y el volumen del ovoide donde podía estar 2024 YR4 disminuyó. Al principio la Tierra todavía quedaba adentro, por lo que la probabilidad de colisión aumentó. Finalmente, con la acumulación de observaciones, el ovoide se hizo tan pequeño que la Tierra quedó afuera, y la probabilidad de colisión pasó a ser casi 0.
La difusión inicial de los resultados por los astrónomos abrió el juego a su contraparte: quienes comunican la ciencia. El lado agradable es que la ciencia nos despierte el interés, que esté cada vez más presente en los medios, y que en Chile sigamos profundizando nuestra relación especial con la astronomía. Pero cuando la ciencia se hace noticia hay parámetros no científicos que comienzan a tener relevancia. Para ser tal, una noticia tiene que destacarse, llamar la atención. Como advierte el experto en comunicación científica Vladimir de Semir, ante la gran cantidad de noticias científicas (que compiten por atención entre sí y con todas las otras), no existe tiempo ni espacio para profundizar, se tiende a la trivialización, y se convierte a la ciencia en un espectáculo o anécdota. Ello implica que, aunque cada vez estamos expuestos a más ciencia, aún no conocemos cómo funciona el proceso científico y nos sorprendemos y frustramos con las idas y venidas de la interacción entre observaciones y teoría.
Quienes comunicamos ciencia, ya sea desde la divulgación o desde la academia, somos parcialmente responsables, entonces, de las sorpresas y decepción del público. Pero hay más. Como señala Dorothy Nelkin, en su libro “Selling Science. How the Press covers science and Technology” el tratamiento de la ciencia en los medios hace que científicas y científicos sean vistos como villanos o como héroes, capaces de hundir o salvar el mundo. Esta dualidad conlleva expectativas poco reales de lo que la ciencia y sus especialistas realmente son. La ciencia no es abstracta ni pura, ni ajena a las emociones o frustraciones de quienes la realizan. Los profesionales de la ciencia compiten entre sí por recursos y atención del público, y también por lo tanto de quienes comunicamos ciencia. Así, el público está inmerso en un mar de magisterios e intereses que no conoce bien, cuyas tensiones distorsionan lo que sería una aproximación más sensata al conocimiento del mundo en el que vivimos.
El caso del asteroide 2024 YR4 es interesante porque, contrario a lo que es usual, todo sucedió muy rápido. Las noticias nos permitieron imaginar a los expertos alarmados con el primer cálculo de impacto. El entusiasmo y expectación de los siguientes días y la tranquilidad con la que ahora pudieron anunciar que la posibilidad de impacto es realmente baja. Saber que ya podemos respirar aliviados y que no nos queda más que desembolsar la siguiente cuota de la tarjeta. Una historia que se seguirá desarrollando ante nuestros ojos, ciencia en vivo y en directo, la que ojalá los científicos, comunicadores, y editores responsables, estemos a la altura de comunicar.