José Pedro Hernández Historiador y académico de la Facultad de Educación Universidad de Las Américas
El 14 de febrero, Chile y el mundo se tiñen de rojo y corazones. Las calles se llenan de parejas que intercambian flores, chocolates y globos, celebrando a San Valentín, el santo del amor. Su historia, envuelta en el misterio, y que se remonta a la antigua Roma del siglo III, nos habla de un sacerdote que desafió al emperador Claudio II el Gótico, quien prohibía el matrimonio a los jóvenes soldados.
Valentín, creyendo en el poder del amor, oficiaba bodas en secreto, un acto de rebeldía que finalmente le costó la vida. Fue lapidado y decapitado un 14 de febrero del año 269. Siglos después fue elevado a la santidad, y en el año 494 el papa Gelasio I declaró la fecha del día de su martirio, como el día de San Valentín.
Irónicamente, en el año 1969, el Papa Pablo VI tras el Concilio Vaticano II, lo eliminó del calendario católico debido a las dudas sobre el origen pagano de la historia. Si bien la leyenda se entrelaza con la historia, la esencia de San Valentín, la de un hombre que defendió el amor contra las imposiciones del poder, perdura.
Este ideal romántico, aunque con raíces antiguas, llegó a Chile con retraso, como un eco de Hollywood. Durante la segunda mitad del siglo XX y específicamente a finales de siglo, el cine y las series norteamericanas nos mostraron una forma de celebrar el amor el 14 de febrero, con cenas a la luz de las velas, flores y chocolates. En pleno verano chileno, esta fecha importada se adaptó a nuestra realidad, transformándose en una oportunidad para expresar afecto.
El comercio, astuto, vio la oportunidad y la aprovechó. El día de San Valentín se convirtió en un motor de ventas en una época estival donde el consumo decae. Pero no nos confundamos, esto no significa que los chilenos seamos menos románticos. Simplemente, adoptamos una tradición ajena y la hicimos nuestra, demostrando que el amor, como las buenas historias, trasciende fronteras y se adapta a cada cultura. Celebramos el día del amor a la chilena, con un toque de romanticismo importado y el calor propio de nuestro verano.
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