Por: Ramón Rada Jaman, gerente de Ferrostaal Equipment Solutions; y ex secretario ejecutivo del Tratado Minero Chile-Argentina.
El Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina celebró cuatro décadas de una consolidada relación, que cobra especial relevancia para la economía. En particular para nuestra minería, ya que a su alero fue posible lograr un instrumento de integración sectorial que no sólo constituye un pilar fundamental para la exploración y explotación de cobre, litio y otros minerales en la frontera; sino también un facilitador de sinergias, que pueden aportar sustancialmente al desarrollo económico productivo del país.
En este contexto, el Tratado de Integración y Complementación Minera entre Chile y Argentina -que suscribieron los presidentes Eduardo Frei y Carlos Menem, en 1997- ha sido una piedra angular para la ejecución de actividades mineras conjuntas. Esto, en un entorno binacional cuya línea fronteriza se puede redefinir, para conformar áreas especiales de operaciones de cada proyecto.
Dicho acuerdo, que entró en vigor hace 25 años, merece ser igual de celebrado que el Tratado de Paz y Amistad que cumplió cuatro décadas. La razón es simple: gracias a él, los países pueden redefinir temporalmente su frontera, estableciendo un área de operaciones con control fronterizo en acceso y salida por ambos lados del proyecto: uno hacia Chile y otro hacia Argentina.
El espíritu y las posibilidades que ofrece el tratado facilita el desarrollo conjunto de proveedores, contratistas y mandantes en la frontera; ya que permite garantizar el trato nacional para inversionistas; la creación de un área de operaciones sobre la frontera, que requiere un protocolo específico adicional; así como la posibilidad de constituir servidumbres transnacionales.
Lo anterior, sería imposible sin el tratado; e igual de importante es la posibilidad de acceder a recursos naturales en el otro país, para el desarrollo del proyecto minero.
A tal punto ha sido lograda la definición de acción, que incluso se abre la inédita posibilidad de hacer uso del agua presente en el territorio de cada parte, de acuerdo con la legislación interna de cada país, aunque no se trate de recursos hídricos compartidos.
Así, al establecerse derechos de agua en otro Estado, se avizoran nuevos caminos para la industria, cuya gestión promete innovar, incluso, en tratamiento tributario, acuñando vanguardia al definir los servicios transfronterizos indivisibles.
Este verdadero símbolo de integración entre dos naciones posiciona a la minería como una industria pionera en la generación de valor compartido y trabajo sostenible en una zona de frontera; para cualquier otro país «inexplotable».
El Tratado de Integración y Complementación Minera entre Chile y Argentina vino también a fortalecer la visión regional y a descentralizar las señales de integración, con la firma de dos protocolos anexos en San Juan y Antofagasta, a fines de los noventa; y con el intercambio de los instrumentos de canje para su ratificación en encuentro binacional de San Pedro de Atacama, el 20 de diciembre de 2000.
¿Cómo no destacar estos grandes logros en integración minera y proyección regional? Imposible, para cualquier chileno de corazón minero, no enorgullecerse frente a este ejemplo de colaboración y capacidad de gestión.
Hoy nuestro país enfrenta un escenario de bajo crecimiento, fragmentación política, alto desempleo, informalidad laboral y escasa productividad fiscal, lo que impone desafíos gigantescos para mejorar el bienestar de la población. Sin embargo, el Tratado de Integración y Complementación Minera entre Chile y Argentina es un instrumento concreto y real, que está listo para activar proyectos que otros países quisieran desarrollar si su legislación no lo impidiera.
Equipo Prensa
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