El mundo comienza a dejar atrás lo peor de la pandemia, según los datos que llegan desde los distintos mercados. EE.UU. crece (6,5% en el segundo trimestre en comparación igual período de 2020), la UE (2%). Incluso una economía como la América Latina puede esperanzarse: según proyecciones de la CEPAL, la región crecerá 5,9% este año. Si bien estos datos no reflejan más que una recuperación parcial de lo perdido, muestran una dirección que ya iniciando el cuarto trimestre del año confirman una tendencia al alza.

 

En plena pandemia, no fueron pocos quienes auguraron el fin de la globalización. Hoy, vemos que la globalización no terminó. Seguimos consumiendo móviles ensamblados en Taiwán; autos producidos en Xinjiang (China); vino recolectado en Stellenbosch (Sudáfrica); carne envasada en la La Pampa (Argentina); como también camisas producidas en Izmir (Turquía) o zapatos diseñados en Romagna (Italia). Ya para noviembre de 2020, el intercambio de bienes a nivel global había recuperado su volumen a niveles pre pandemia, según datos del CPB World Trade Monitor. Para fines de este año, la Organización Internacional de Comercio, anticipa que habrá crecido otro 6,6%. Sin embargo, la dinámica para abastecer este mercado global sí está cambiando.

 

El modelo de globalización pre pandemia se manejaba por una simple regla: buscar el menor coste posible de producción y la mayor rentabilidad potencial. O sea, produzco donde es barato y lo llevo hacia donde el consumidor paga más. La actividad comercial a nivel global cayó más allá de un 10%, según datos del Fondo Monetario Internacional. Y si bien esta pérdida, no es muy distinta a lo sucedido en 2009, cuando el mundo sufría el peor impacto de la crisis financiera originada por los subprime.

 

Si antes de la pandemia lo que definía la configuración y la extensión de la cadena de valor era el coste, la batalla contra el COVID nos obligó a re ponderar justamente esa valoración. La experiencia de los últimos dos años nos enseñó a valorar además lo importante que es poder producir en un destino que garantice la libertad y las reglas de juego transparentes, que no solo declare, sino que ejerce el respeto por el entorno (sustentabilidad); y que sea lo suficientemente atractivo para seducir al talento que hoy es global.

 

La sustentabilidad, la accesibilidad y el nivel de talento se convirtieron así en los factores tan o más importantes que el costo a la hora de diseñar nuestra nueva cadena de valor global. Un buen ejemplo de esto es lo que se ve actualmente en China, motivado por la guerra comercial y competencia iniciada hace años con EE.UU. que hoy desafía también cada vez más a los bloques más chicos, como la UE o el Commonwealth, a tomar partido.

 

Tanto como organizaciones o como consumidores, la pandemia nos llevó a cuestionarnos la sustentabilidad de nuestro modelo de vida. Impulsados por un mundo mucho más interconectado tecnológicamente, nos cuestionamos hoy desde cómo se producen los productos que consumimos hasta cómo nosotros mismos los procesamos. Como fuerza de trabajo que somos re ponderamos nuestra propia ecuación de valor. Ya no estamos dispuestos a sacrificar nuestra existencia por factores que no respondan a nuestro propio set de valores.

 

La globalización post Covid19 nos desafía a reordenar el set de valores que pueden convertir a nuestras organizaciones en un eslabón valioso de la nueva cadena de valor global. Y, en ese sentido, la cercanía al conocimiento, la libertad y las garantías de las reglas de juego y de la sustentabilidad son las claves a seguir. Es entonces también esta mentalidad la que deberá guiarnos como líderes a la hora de diseñar los modelos de negocios que deben seguir nuestras organizaciones en un futuro que ya es nuestro presente

 

 

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