Por Christian Arriagada, Director Ejecutivo de Integradora de Economía Circular Thinking
Fue en 2006 cuando el ex Vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, tituló “Una Verdad Incómoda” a su reconocido documental sobre el cambio climático. Casi 25 años después, habría de esperarse que esa incomodidad hubiese desaparecido ante una realidad incuestionable. Sin embargo, hoy vemos cómo Donald Trump intenta desmantelar todo lo avanzado en protección ambiental y transición energética.
En los últimos días, la administración Trump reforzó con bombos y platillos su postura a favor de los combustibles fósiles, lo que se une a otras medidas para revertir el progreso alcanzado en energías limpias, incluyendo la salida de EE.UU. del Acuerdo de París. Lo más preocupante no es solo el anuncio, sino la respuesta positiva de una amplia mayoría de empresarios.
Pero este escenario no solo es preocupante, sino peligroso. Según datos de la NASA, el año 2023 fue el más caluroso jamás registrado. Este fenómeno no se detendrá si seguimos impulsando políticas más “cómodas” para las industrias contaminantes. Los efectos ya están siendo devastadores: olas de calor extremo, incendios forestales de proporciones nunca vistas, inundaciones catastróficas, sequías prolongadas y el derretimiento acelerado de los polos.
La transición hacia energías limpias, el reciclaje y la reutilización de recursos fueron políticas que comenzaron a expandirse globalmente para mitigar estos efectos y evitar que la crisis climática se agravara. Sin embargo, el retorno a políticas que priorizan los combustibles fósiles pone en riesgo décadas de esfuerzo. Y si lo que preocupa es la rentabilidad, el foco está también erróneo: los costos de generación de energías renovables son cada vez más bajos, lo que las convierte en más competitivas que las fuentes de energía tradicionales, aumentando su rentabilidad y atractivo para los inversores.
Además, los desastres relacionados con el clima han causado pérdidas económicas significativas a nivel global. Según un informe publicado en noviembre de 2024, los eventos climáticos extremos han costado al mundo 2 billones de dólares en la última década.
En este contexto, Chile se posiciona como un ejemplo global en la adopción y fomento de energías limpias. El país ha logrado que más del 40% de su matriz energética provenga de fuentes renovables, con ambiciosos proyectos en energía solar y eólica. Además, ha implementado regulaciones para la reducción de plásticos de un solo uso y metas claras de descarbonización.
Este momento en que el mundo parece retroceder en materia ambiental se convierte en una oportunidad única para que Chile siga siendo pionero y un referente global. Para esto, es fundamental darle más fuerza y prioridad a legislaciones como la Ley de Plásticos de Segundo Uso y la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor, esfuerzos que buscan reducir la contaminación e impulsar la economía a través de la inversión en tecnologías limpias y generación de empleo sostenible.
Si esta verdad sigue siendo observada con incomodidad por parte del mundo privado y público, tapándose los ojos para seguir generando ganancias sin tomar en cuenta el impacto ambiental, llegará un punto de no retorno. No habrá planeta donde puedan seguir exprimiendo recursos y utilizando elementos contaminantes. Y para entonces, la incomodidad será irrelevante. ¿Qué elegirán los gobiernos y las empresas? ¿La comodidad de lo inmediato o la responsabilidad de asegurar un futuro habitable?