Patrice Caine es Presidente y CEO del Grupo Thales.
Lo hemos visto con la tecnología 5G, la vacunación y la energía nuclear. ¿Cómo podemos evitar que la biometría caiga en la polarización cada vez más común en el debate sobre las nuevas tecnologías? Una vez más, las posturas extremistas y los argumentos deficientes están dividiendo la opinión pública y socavando la confianza de la gente en el progreso científico y técnico. Entonces, ¿cómo podemos enfocar esta discusión de manera constructiva y analizar de manera objetiva la relación costo-beneficio de las tecnologías biométricas? En mi opinión, el primer paso es aclarar tres fuentes de confusión.
En primer lugar, tenemos que ponernos de acuerdo sobre el significado de «biometría», término que desafortunadamente está empezando a adquirir connotaciones negativas y a evocar imágenes de vigilancia masiva. En realidad, reconocer a una persona a partir de sus características físicas no es intrínsecamente malo ni particularmente novedoso. Ya en el segundo milenio A.C., los antiguos babilonios grababan las puntas de sus dedos en arcilla para registrar transacciones comerciales, aunque no fue hasta finales del siglo XIX cuando los avances de la ciencia forense convirtieron la toma de huellas dactilares en una práctica policial habitual en todo el mundo.
No se puede negar que los datos biométricos son únicos y personales, pero eso no los convierte automáticamente en más sensibles que otros tipos de información personal. Probablemente nos preocuparía mucho más si alguien hackeara los registros del GPS de nuestro teléfono inteligente o descubriera el nombre de usuario y la contraseña de nuestra cuenta bancaria a que si alguien revelara la forma de nuestro rostro ya que de todos modos probablemente estaría por todo Internet. Lo que realmente importa no es la naturaleza de los datos biométricos en sí, sino las nuevas formas de analizarlos y el uso responsable que pueda hacerse de ellos.
Lo que nos lleva a la segunda fuente de confusión. Los datos biométricos tienen básicamente dos usos -autenticación e identificación- y poco tienen que ver entre sí. La autenticación consiste en proporcionar un medio seguro para que una persona demuestre su identidad, y eso no preocupa especialmente. Casi no hubo controversia cuando se introdujeron los pasaportes biométricos, y muchos de nosotros estamos más que contentos de utilizar nuestro rostro o nuestras huellas dactilares para desbloquear el teléfono.
Sin embargo, la identificación biométrica es un tema diferente, y está distorsionando el debate público hasta tal punto de que algunas personas empiezan a confundir ambas cosas. La identificación consiste en reconocer a una persona en una multitud, por ejemplo, sin ninguna acción por su parte y, en algunos casos, sin su consentimiento. Como sabemos, el uso indebido de este tipo de aplicaciones lleva aparejados riesgos como la invasión de la intimidad, la divulgación de información sensible y la restricción de las libertades individuales. Pero estos riesgos no son más graves ni inevitables que el riesgo de uso indebido de muchas otras tecnologías. Los automóviles, Internet o los medicamentos con receta tienen sus inconvenientes, pero la sociedad opta por limitar los riesgos mediante una combinación de regulación y mejoras técnicas. Lo mismo debería ocurrir con la biometría.
Los avances tecnológicos (en ámbitos como el cifrado de datos), combinados con una regulación más estricta, pueden proporcionar las garantías adecuadas para limitar los riesgos de uso indebido. Otra forma de garantizar el uso responsable de estas herramientas es apoyar un ecosistema de agentes de confianza que combine los conocimientos biométricos más avanzados con un firme compromiso de trabajar dentro de un marco ético claro y exhaustivo. De hecho, esta es la lógica en la que se basa TrUE Biometrics, una iniciativa lanzada oficialmente por Thales para establecer nuestros compromisos con el desarrollo de tecnologías biométricas transparentes, comprensibles y éticas.
El tercer factor que empaña el debate sobre la biometría es la confusión en torno a las nuevas tecnologías en general. La opinión pública, al menos en algunos países, tiende a prestar más atención a los riesgos en lugar de concentrarse en los beneficios potenciales, lo que nos impide hacer una evaluación equilibrada. Se puede decir que es una cuestión de precaución, pero ¿hasta qué punto es prudente obstaculizar los nuevos esfuerzos para proteger a millones de personas del robo de identidad? ¿Qué tan sensato es permitir que los delincuentes aprovechen exclusivamente las nuevas tecnologías y el potencial de nuestras sociedades digitales, y limitar ese mismo acceso a las fuerzas del orden simplemente porque existe un riesgo, por pequeño y manejable que sea? En 2018, cuando la policía de la India utilizó la tecnología de reconocimiento facial para reunir a 3000 niños desaparecidos con sus familias en cuestión de días, ¿deberían haber aplicado en su lugar el principio de precaución? Como siempre, las disyuntivas sobre el uso de la tecnología requieren una evaluación matizada y equilibrada, basada tanto en hechos como en principios.
Equipo Prensa
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