“La perspectiva de género permite identificar y transformar estas desigualdades, garantizando que las respuestas al cambio climático sean inclusivas y equitativas. Esto implica no solo reconocer las diferentes necesidades y capacidades de hombres y mujeres, sino también abordar las intersecciones con otras formas de discriminación, como la étnica, la etaria y la económica, en un enfoque conocido como interseccionalidad”.

Dra. Claudia Tramón Pregnan
Ingeniera Civil Química
Doctora en Ciencias de la Ingeniería, mención Ingeniería Química.
Académica Departamento de Agroindustrias, Facultad de Ingeniería Agrícola, Universidad de Concepción.

El cambio climático y las desigualdades de género son dos de los retos más urgentes de nuestra era. Ambos fenómenos están profundamente interrelacionados, y comprender cómo se intersectan es esencial para diseñar soluciones más justas y efectivas. En este contexto, resulta clave abordar tanto los efectos del cambio climático como las inequidades de género desde una visión integral que reconozca la multidimensionalidad de ambos problemas.

El cambio climático, definido como el cambio en el sistema climático global atribuido a actividades humanas que alteran la composición de la atmósfera, es un fenómeno multidimensional. Sus efectos no solo impactan los sistemas naturales, como los ecosistemas terrestres y la criósfera, sino también los sistemas humanos, con consecuencias sociales, económicas, culturales y políticas. Estos impactos son particularmente severos en regiones vulnerables como América Latina y Chile.

Entre los principales efectos del cambio climático se encuentran el aumento de las temperaturas, la intensificación de eventos climáticos extremos, el retroceso de glaciares y el aumento del nivel del mar. Estos cambios afectan de manera desproporcionada a las comunidades marginadas, quienes ya enfrentan desafíos estructurales como la pobreza, la falta de acceso a recursos y la discriminación.

En Chile, un país especialmente vulnerable al cambio climático, estas amenazas afectan de forma diferenciada a la población según su capacidad de adaptación y nivel de resiliencia.

El género, entendido como una construcción social que define roles, derechos y responsabilidades según el sexo de las personas, juega un papel crucial en cómo se experimentan y responden los impactos del cambio climático. Las mujeres, especialmente en contextos de desventaja socioeconómica, suelen enfrentar mayores barreras debido a su posición subordinada en muchas sociedades. Sin embargo, también poseen conocimientos y habilidades esenciales para la gestión sostenible de recursos y la construcción de resiliencia climática.

A lo largo de la historia, los roles asignados a mujeres y hombres han perpetuado inequidades que se reflejan en el acceso desigual a recursos, la participación en la toma de decisiones y las responsabilidades en el hogar y la comunidad. Estas diferencias estructurales hacen que las mujeres enfrenten mayores riesgos frente a fenómenos climáticos extremos, pero también limitan su capacidad para participar plenamente en las soluciones.

La perspectiva de género permite identificar y transformar estas desigualdades, garantizando que las respuestas al cambio climático sean inclusivas y equitativas. Esto implica no solo reconocer las diferentes necesidades y capacidades de hombres y mujeres, sino también abordar las intersecciones con otras formas de discriminación, como la étnica, la etaria y la económica, en un enfoque conocido como interseccionalidad.

La acción climática se basa en dos pilares fundamentales: la mitigación, que busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero; y la adaptación, que se enfoca en ajustar los sistemas humanos y naturales a los efectos del cambio climático. Ambos enfoques deben diseñarse teniendo en cuenta las desigualdades de género para evitar exacerbar las inequidades existentes.

Por ejemplo, las medidas de mitigación, como la transición hacia energías renovables, pueden generar oportunidades económicas que incluyan a las mujeres en sectores tradicionalmente dominados por hombres. Asimismo, las estrategias de adaptación, como la gestión sostenible del agua o la diversificación de cultivos, pueden empoderar a las mujeres como lideresas comunitarias en contextos rurales.

Sin embargo, es crucial evitar la «maladaptación», es decir, acciones que, aunque buscan reducir la vulnerabilidad al cambio climático, terminan incrementando las desigualdades o afectando negativamente a ciertos grupos. Por ello, la incorporación de la perspectiva de género en todas las etapas del diseño e implementación de políticas climáticas es fundamental para garantizar su efectividad y equidad.

El enfoque interseccional reconoce que las desigualdades de género no actúan de forma aislada, sino que interactúan con otras formas de discriminación, como la clase social, la etnicidad y la orientación sexual. Por ejemplo, las mujeres indígenas enfrentan desafíos únicos debido a su doble condición de género y pertenencia étnica, lo que las hace más vulnerables a los impactos climáticos y, a menudo, menos visibles en los procesos de toma de decisiones.

Esta intersección de desigualdades genera experiencias únicas que deben ser consideradas al diseñar estrategias de acción climática. De esta manera, el enfoque interseccional no solo enriquece la comprensión del problema, sino que también amplía las posibilidades de intervención, al incluir una diversidad de perspectivas y conocimientos en las soluciones propuestas.

Aunque las mujeres son desproporcionadamente afectadas por el cambio climático, también son agentes clave para el cambio. Su rol en la gestión de recursos naturales, la agricultura sostenible y la construcción de resiliencia comunitaria las posiciona como lideresas en la acción climática. Sin embargo, su contribución aún no es suficientemente reconocida ni aprovechada en las políticas y programas de desarrollo sostenible.

Para aprovechar este potencial, es necesario garantizar la participación activa y equitativa de las mujeres en la toma de decisiones relacionadas con el cambio climático. Esto incluye desde la formulación de políticas hasta la implementación de proyectos locales, asegurando que sus voces sean escuchadas y sus necesidades atendidas.

El cambio climático no es sólo un desafío ambiental, sino también una cuestión de justicia social y equidad de género. Integrar la perspectiva de género en la acción climática constituye un deber ético y, de igual forma, representa una estrategia para garantizar la efectividad y sostenibilidad de las soluciones.

Las mujeres, junto con otros grupos marginados, tienen un papel central en la transformación hacia un futuro más resiliente y justo. Reconocer su conocimiento, experiencia y liderazgo permite empoderar a las comunidades y fortalecer las estrategias para enfrentar el cambio climático de manera integral.

En este sentido, avanzar hacia una acción climática con perspectiva de género no es sólo una necesidad, sino una oportunidad para construir un mundo más inclusivo, donde la sostenibilidad y la equidad vayan de la mano. Solo así podremos enfrentar los retos del siglo XXI con soluciones que verdaderamente reflejen los valores de justicia y solidaridad que queremos para nuestras sociedades.

Google News Portal Innova
Síguenos en Google Noticias

Equipo Prensa
Portal Innova

VIAS IMPORTACIONES 2024