Por Claudia Valdés Muñoz, gerente general de Best Business Solutions Consulting (BBSC)

Recientemente, JPMorgan & Chase puso a Chile como ejemplo para el resto de los países de la región sobre cómo un panorama global más complicado puede perjudicar a las monedas locales. Y es que cuando el escenario no es el mejor para la economía, tal como plantea la firma de Wall Street, mantener un enfoque flexible es clave.

Nuestro país enfrenta un panorama recesivo alejado de una fuente de crecimiento real. Por eso, reducir las tasas de interés cobra mucho sentido, incluso si ello implica un aumento temporal en los precios, pues, poner ese ingrediente en la receta podría significar nuevos bríos para la economía, atracción de inversiones y un mejor equilibrio del tipo de cambio.

Optar por impulsos irreales que duran “el minuto” -en el intento de controlar- puede generar un estrés enorme para la economía. En cambio, bajar la tasa de interés puede ser más estimulante en el mediano plazo. La recomendación es especialmente útil para Chile, en un contexto interno complejo por una baja en la calidad de su mayor recurso exportable: el cobre.

Además, nuestro país adolece de la solidez necesaria para soportar las inclemencias al depender -en gran medida- del gasto gubernamental, en lugar de sostenerse en la inversión privada. Pese a ser reconocido como el principal productor de cobre del mundo, Chile sufre por la evidente disminución en la calidad del mineral. Esta situación no sólo debe ser motivo de preocupación para la industria minera, pues, nuestra economía es significativamente dependiente de las reservas que -como todo recurso natural- no son inagotables.

Por eso, es tiempo de comenzar a pensar en socios estratégicos que estén dispuestos a invertir en Chile a largo plazo. Tenemos dos cordilleras llenas de mineral, pero carecemos de la inversión para poder explotarlo y, lamentablemente, las señales económicas hacia el extranjero han sido de más bien de volatilidad, tanto en política monetaria como en aspectos tributarios.

Prueba de lo anterior es que, nuevamente, estamos discutiendo sobre nuestra Carta Magna, lo cual no suele ser normal en un país que ya ha rayado la cancha para garantizar estabilidad a los inversionistas foráneos. Además, hoy, el panorama económico interno se ve empañado por la incertidumbre que genera el aumento del desempleo y también por un consumo centrado en el gasto gubernamental, más que en el privado.

Si la mirada fiscal no se centra en la producción, construir un crecimiento económico sostenible se vuelve cuesta arriba. Así lo ha reflejado la devaluación del peso, golpeado por la disminución de los ingresos que otrora nos inyectaba el cobre.

 Pero no todo está perdido si se flexibilizan las políticas económicas, especialmente, en lo que respecta a las tasas de interés. Estimular la economía y atraer inversiones podría convertirse en un verdadero salvavidas para nuestro crecimiento económico y su proyección a largo plazo.

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