No es difícil darnos cuenta  que desde hace algunos años estamos enfrentando escenarios complejos y cambiantes en lo que se refiere a estructuras políticas, desafíos tecnológicos, cambios sociales, condiciones económicas y tendencias de consumo; a los que se suman otros climáticos y sanitarios, con preguntas que aún no encuentran respuestas, ni mucho menos soluciones asertivas. Así, la ingeniería vive un punto de inflexión que implica mayor exigencia en términos de preparación para tomar decisiones oportunas en diferentes dimensiones.

 

Grandes desafíos serán enfrentados y es probable que no muchos comprendan los potenciales efectos que ellos significarán. La complejidad como es habitual dará paso a la perplejidad que inmovilizará a tantas y tantos, sin embargo habrá quienes con sus habilidades y competencias particulares les será fácil reaccionar oportunamente y de forma efectiva.

 

Hoy vemos cómo la carrera espacial, las comunicaciones que nos entregan aplicaciones que a inicio de siglo eran impensadas, la revolución de los datos que abre espacio a la combinación virtuosa con la inteligencia artificial, la hiperconexión de sistemas y objetos a través de IoT, la automatización y robótica, etc.; son motores claves para avanzar hacia propuestas de formación de ingenieros especializados y altamente capacitados para aplicar el conocimiento abordando oportunidades extraordinarias orientadas a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

 

Es imperativo formar profesionales capaces de liderar procesos de cambio, mejora, ajuste, corrección e incluso sobrevivencia, pues estamos sentando las bases del futuro de la humanidad. En la mayoría de los desafíos será necesario enfrentar problemas complejos no triviales que implican el uso de la ciencia y de la ingeniería para su resolución.

 

A las competencias técnicas propias de ingenieros e ingenieras se debe agregar la capacidad de ejercer la función de liderar procesos de transformación o ajustes requeridos para alcanzar los objetivos que nos propongamos abordar. Cada vez es más evidente que los profesionales demandados por empresas e instituciones son valorados por su formación, así como también por ciertas habilidades esenciales a partir del liderazgo y la comunicación efectiva.

 

Hoy, somos testigos de una fuerte tensión desde la regulación medioambiental y desde las comunidades civiles organizadas, quienes hoy tienen un rol activo, crítico y demandante, en cuanto a todos los proyectos tecnológicos y de innovación en el territorio. No obstante, debemos confiar en nuestras capacidades. Patrones y tendencias en los últimos cien años nos muestran cómo hemos sido capaces de afrontar cambios vertiginosos y éstos no serán la excepción. Si bien es nuestra responsabilidad el daño en nuestro planeta por la forma de vida que hemos seguido, somos los únicos que podremos dar una solución sostenible ante el trastorno climático.

 

El desarrollo de nuestro país depende de la capacidad que tengamos para equilibrar en nuestras respuestas a problemas u oportunidades; la generación de riqueza, la dimensión ambiental y el sentido social. Se requerirá tener una concepción amplia y crítica del mundo de manera de formar personas reflexivas con una visión multi y transdisciplinaria y con una capacidad de anticipación y búsqueda de lo excepcional en post del bienestar común.

 

Por Renato Cabrera, Decano Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez

 

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