Por Javiera Vidal, psicóloga deportiva y cofundadora de Puma Adventures

La montaña tiene una forma particular de revelarnos quiénes somos. En cada ascenso, el cuerpo y la mente se ponen a prueba, y lo que empieza como un desafío físico pronto se convierte en un ejercicio profundo de autoconocimiento. Quienes han subido un cerro saben que no se trata solo de llegar a la cumbre, sino de aprender a avanzar paso a paso, gestionando la incertidumbre, superando el cansancio y encontrando en el trayecto una conexión íntima con la naturaleza.

El trekking va más allá del ejercicio. En cada paso se activan los músculos del cuerpo, pero también los del alma. Cada tramo recorrido refuerza la idea de que los límites son, la mayoría de las veces, mentales. En la montaña, como en la vida, lo importante no es la velocidad sino la constancia. Cuando el cansancio golpea fuerte, la clave está en seguir avanzando, aunque sea con pasos cortos. Es en esos momentos de duda cuando aprendemos la verdadera esencia del esfuerzo: no rendirnos y confiar en nuestras capacidades.

La montaña nos enseña a valorar el proceso, a entender que cada paso cuenta, incluso cuando parece que estamos lejos de la meta. En ocasiones, es necesario cambiar de ruta o retroceder, pero esto no es un fracaso, sino una forma inteligente de avanzar. La naturaleza no pide ser conquistada; nos invita a adaptarnos a su ritmo y a aprender de ella. A veces, la verdadera enseñanza no está en alcanzar la cima, sino en descubrir el valor de cada momento vivido en el camino.

Además, la montaña fortalece lazos humanos. La experiencia de compartir un ascenso con otros crea conexiones difíciles de encontrar en otro contexto. El apoyo mutuo hace más llevadero el trayecto, demostrando que el camino compartido siempre es más significativo. Subir juntos es más que una simple compañía; es aprender a colaborar, a confiar y a celebrar los logros colectivos.

La montaña transforma, no solo el cuerpo sino también la mente. Nos muestra que cada reto, cada dificultad y cada descanso tienen su propósito. En un mundo donde todo parece ir demasiado rápido, ascender a un cerro nos devuelve la calma y nos recuerda lo esencial: la vida, al igual que la montaña, se vive paso a paso. No se trata de conquistar, sino de dejar que cada experiencia en la naturaleza nos transforme.

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