La pandemia no inventó la Nueva Normalidad. Hace años que hablamos de ella y no solo en el ámbito económico. Por ejemplo, en 2012, la sitcom The New Normal se hacía dueño de la mayor diversidad que evidenciaba nuestro orden social de la mano de familias con padres de un mismo género. Unos años antes, los departamentos de Estrategia de las grandes corporaciones utilizaban el término para proyectar el nuevo orden económico que estaba “diseñando” el impacto de la crisis financiera global de 2008. La batalla contra COVID19 generó la misma expectativa: en el arranque y reforzado por la profundidad del cambio que llegó de la mano de una transformación digital obligada y a nivel global, se creía que al salir de la pandemia nos encontraríamos con un nuevo mundo.
La razón es simple: el ser humano busca siempre generar una expectativa positiva a medida que atraviesa proceso de cambio. Era lógico que al iniciar la pandemia proyectáramos y ambicionáramos la Nueva Normalidad que nos esperaba a la “salida” como algo mejor. En el tránsito de la Vieja a la Nueva Normalidad adquiriríamos nuevos comportamientos, hábitos y nuevas formas de relacionarnos. Todo para redefinir un futuro marcado por la flexibilidad y el cambio. Sin embargo, a medida que nos adentramos en la segunda mitad del año 2021, la Nueva Normalidad parece tan lejana como en marzo de 2020.
Si bien la actividad económica tracciona en positivo -por ejemplo, en el segundo cuatrimestre EE.UU. creció un 6,5% contra igual período del año pasado, la zona Euro, un 13,7%, y China 7,9% – varios son los mercados que al cierre de esta nota, están atravesando su quinta ola de infección. Mientras, la vuelta a la oficina se confunde entre modelos que aprendimos a definir como “Híbridos” o “Presenciales”, sin saber exactamente de qué dimensiones estamos hablando. Y, a medida que algunos países superan el umbral de un 50% de su población totalmente inmunizada, la resistencia de sectores que se resisten a ser vacunados traslada la tensión que vivimos puertas adentro de nuestras organizaciones.
Entonces, la empírica demuestra que al pensar el mundo post pandemia quisimos ir de un estadio de Vieja Normalidad al uno de Nueva Normalidad. Y, aparentemente, no logramos cumplir con el ciclo. Todo este año, estuvimos hablando de olas de infección que nos acercaba o alejaba de la Nueva Normalidad deseada. Sin embargo, ¿no será que nos equivocamos en la interpretación?
Recordemos: en 1994, Amazon reconfiguró la forma de consumir; en 1998, Google, nos mostró que el mundo era mucho más que un globo; en 2003, Tesla empezó a desafiar la idea del transporte; en 2007, el IPhone nos propuso a reaprender la forma de comunicarnos; en 2009, el Bitcoin nos invitó a reinventar nada menos que el concepto del valor. Todos fueron cambios que iniciaron una nueva etapa para nosotros como humanidad, pero también para nuestros negocios. Más allá de que no tuvo su origen en el mundo de la tecnología, la pandemia marcó un quiebre tan o más profundo que todos los anteriores: en poco más de 12 meses reconfiguró nuestra forma de vivir, de trabajar y de relacionarnos.
Porque la Nueva Normalidad se puede entender como un surgir y desaparecer de quiebres que nos obligan a adaptarnos todo el tiempo. Se definiría como una secuencia de olas de cambio que pueden ser de cualquier naturaleza, lo social y lo económico. Desde esa visión, deberíamos entonces repensar y reconfigurar las relaciones con el trabajo, nuestros modelos de producción y de logística. El resultado será una gestión que hará más flexible, más adaptable y, en última instancia, más resiliente.
Entonces, la Nueva Normalidad, según se presenta hoy, no tiene (ni tendrá) un punto de partida o de llegada. La Nueva Normalidad requiere que sepamos “surfear” esas olas de cambio que, como lo indican los eventos de los últimos dos años, pero también de nuestro pasado más lejano, pueden llegar desde cualquier sector de nuestras vidas.
Equipo Prensa
Portal Innova