Cuando hablamos de emprender una de las primeras imágenes que se viene a nuestra mente es la de comercializar un bien, ya sea una manualidad elaborada por nosotros mismos; la preparación y venta de alimentos; mejorar algún producto o servicio que contribuya al desarrollo local y, porque no, inventar un artefacto con potencial de patentamiento.
Ideal sería que emprender fuese así de sencillo, sobre todo cuando hay motivación y pasión en las ideas o potenciales proyectos que permitan llegar a ser nuestros propios jefes y aportar en la economía local, nacional o quien sabe, hasta mundial. Pero la historia suele ser distinta.
El año 2011 decidí emprender, al evidenciar una escasez en el mercado de productos y servicios agroecológicos, como los abonos naturales, teniendo como foco el medioambiente y el desarrollo sustentable. Al iniciar, como muchos otros, utilicé mis propios recursos, desconociendo si mi idea respondía a alguna necesidad o problemática que requería soluciones como la que ofrecería; sin tener del todo clara la oportunidad de negocio, sus proyecciones comerciales y, lo más importante, sin visualizar que debería recorrer un largo trayecto de aprendizajes y errores que me llevarían a salir de la famosa “zona de confort” de la que muchos hablan.
Ingresar a un ecosistema de emprendimiento, a través de una incubadora de negocios, fue una ventana a la realidad. Ahí fueron apareciendo varias brechas tales como la comunicación, la falta de un equipo multidisciplinario y, por último, el desafío más importante e invisible en ese entonces, el ser mujer. Hace diez años atrás la inequidad de género era normalizada y aceptada por la gran mayoría, y la competencia era una constante en los procesos de adjudicación de un proyecto o, simplemente, en aspectos como liderar una idea.
Destaco así la importancia de poder acceder a capacitaciones o talleres que vinculen los conceptos y prácticas en el viaje del emprendedor, ya que permiten adquirir nuevas herramientas, no sólo en el ámbito curricular, sino también, en el mundo de las habilidades blandas, como la comunicación no verbal y, por sobre todo la resiliencia. Proyectos como el Centro de Innovación y Emprendimiento del IPVG, destinado a asesorar a toda la comunidad del Gran Concepción que lo requiera, se transforman en el semillero de nuevos proyectos, al acompañar durante todo el proceso.
Este concepto, que invita a levantarse después de un obstáculo, es el que me permitió sobrevivir a este viaje, porque algo sí es absoluto: emprender implica salir de esa caja cómoda que habitamos e iniciar un vuelo que en algún momento aterrizará, y en el que siempre estará presente la incertidumbre de si caeremos de pie o no. Por ello, siempre debe existir un plan b.
Actualmente estamos experimentando cambios. Cerca del 40% de los micro emprendimientos son liderados por mujeres y cada día se suman más fondos para emprendimientos con perspectiva de género que vienen a potenciar nuevos paradigmas: desde soluciones basadas en la naturaleza hasta el uso de la inteligencia artificial.
Cuando pienso en los años que me ha tomado entender cómo gestionar un modelo de negocios o simplemente llevar mi mente a la búsqueda de soluciones, me doy cuenta de la necesidad de adquirir nuevos modelos educativos para la adquisición de aprendizajes que, desde la infancia, inviten a la confección y materialización de ideas innovadoras, sobre todo para mujeres. En la historia hemos enfrentado múltiples desafíos y continuamos haciéndolo. Con esa misma fuerza y energía debemos considerar que el emprender es ahora, es atreverse con lo que nos apasiona, con los errores y fracasos que conlleva, con el objetivo de continuar sin importar que tan lento sea, mientras no te detengas.
Dra. Ana Araneda
Jefa de Carrera TNS en Medioambiente IPVG
Directora Agrovermi
Equipo Prensa
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