• Alguien dijo una vez: “Ningún argumento racional tendrá un efecto racional sobre una persona que no quiera adoptar una actitud racional”.
A veces nos preguntamos por qué cuesta tanto, que una persona determinada sea capaz de entender mis argumentos y cambie de opinión. Podemos pensar entonces, que son temas que parecen ser más emocionales que racionales y los encerramos en los clásicos que en ocasiones evitamos hablar en familia o con amigos, como la religión y la política. ¿Por qué si hay hechos que para mí son 100% racionales, no entendemos que el otro nos contradiga con un convencimiento que hasta nos llega a perturbar?

La realidad es que no somos solo racionales o emocionales. Nos comportamos de ambas formas al mismo tiempo y no lo podemos separar.

¿Por qué? Cada individuo trabaja en torno a dos procesos mentales que se superponen: uno es el razonamiento lógico, que se estructura desde la corteza cerebral prefrontal, y el otro son los sentimientos que ese razonamiento produce, que se organizan desde la amígdala y otras estructuras del interior del cerebro. Es por este motivo, que actuamos paralelamente con los dos sentidos.

Por otra parte, el sentimiento que experimentamos cuando nos equivocamos o somos refutados y vamos perdiendo crédito frente a un público, puede llegar a ser muy desolador. Hay que entender que si a una persona se le impugna pública o privadamente con razones, el cerebro altera su estado (como por ejemplo, cuando tenemos estrés) y forma una emoción negativa que distinguimos como un sentimiento de vergüenza, un daño a nuestra autoestima, o incluso se aprecia como una herida al orgullo, sobre todo cuando las personas se sienten importantes, frente a alguien que consideran.

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