Maciel Campos, Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas
En una época donde la belleza se construye a través de tutoriales fotográficos y filtros digitales, la autenticidad, ese recurso cada vez más escaso, se pierde en los escenarios idílicos de personajes con perfiles desmesurados. Los viajes a destinos exóticos y las demostraciones de lujos, en la mayoría de los casos sustentados por el dinero de auspiciadores, crean una narrativa ficticia que cautiva a millones en las redes sociales.
La distorsión de la realidad, donde los llamados influencers se alzan como referentes de estética, bienestar, gastronomía, viajes y moda, es la norma diaria para aquellos que convierten las redes en un escenario de fantasía dominado por un glamour impostado y pastiche. La irrealidad de estos mundos digitales se contrapone con esa sabiduría atemporal que nos advierte que las apariencias son siempre engañosas.
Pensadores críticos como Neil Postman han interpretado este fenómeno como una forma de entretenimiento superficial que, con cada vez mayor intensidad, nos lleva hacia una sociedad más ignorante. Lo que vemos en esencia, son personajes y sus mercancías exhibidas en una plaza no muy exigente. Y es que ya son muchos los influencers que en sus posteos no ofrecen ni siquiera a sus seguidores, un valor sustancial que admirar, habilidades excepcionales que aplaudir o un modelo a imitar. Basta una impostura graciosa, una broma de mal gusto o un “gimmick” (truco) publicitario para destacar.
Millones de personas se transforman en “seguidores” de estos individuos, viéndolos como si fueran líderes intachables o senderos hacia la felicidad, una actitud que, sobre todo en los jóvenes, provoca un profundo alejamiento de la realidad. Al final, estamos ante una generación que anhela gratificación inmediata y logros sin mayor esfuerzo. La apariencia prima sobre el fondo, y resulta más atractivo perderse en el entretenimiento digital que enfrentarse a la responsabilidad y complejidad del mundo verdadero.
La inclinación hacia la superficialidad y la perpetua búsqueda de aprobación en las redes sociales está cambiando la manera en que las personas se conectan con los demás. Las interacciones se limitan a simples gestos simbólicos de validación, mientras que las vivencias auténticas y significativas se tornan cada vez más raras, costosas y difíciles de alcanzar.
El peso psicológico de este fenómeno no debe ser menospreciado. La ansiedad por obtener aceptación social puede desencadenar una comparación continua con otros, generando un estado de insatisfacción permanente. Estamos forjando una generación que depende de la aprobación externa en lugar de desarrollar una autoestima robusta y duradera.
Ante este panorama, es esencial que reflexionemos sobre los impactos negativos de las redes sociales y busquemos un balance adecuado entre lo digital y lo real. Debemos tener presente que la auténtica felicidad y el bienestar personal no dependen de los «likes» obtenidos, sino de las relaciones profundas que se forjen y de la habilidad de disfrutar plenamente el presente.
Tal vez, de algún modo, sea necesario que Seneca comience a postear en X, o Shakespeare reproduzca alguna de sus obras en un reel de Instagram, quizás levantar un perfil completo a Da Vinci en Facebook. Qué más da, de pronto bastaría que Aristóteles comenzara a publicar stories en TikTok, para que de una buena vez los influencers influyan de verdad.
Equipo Prensa
Portal Innova