La incertidumbre es una sensación semipermanente en América Latina, que afecta de manera colateral en distintos niveles, hasta nuestra forma de relacionarnos. En este artículo proponemos una nueva mirada en torno a este fenómeno para movilizarnos en la búsqueda de soluciones y resolver nuevos desafíos. 

 

Santiago de Chile, 11 de noviembre de 2022

La incertidumbre es una dimensión que afecta sin distinción a las personas, organizaciones e incluso, los negocios. Y considerando que estamos inmersos en esta problemática, las empresas deben estar dispuestas a enfrentar los nuevos desafíos que implica. Gestionar la incertidumbre es el tema principal de la edición 39 de la Revista UNO de la consultora Llorente y Cuenca (LLYC). En ella, María Esteve, socia y directora general de LLYC para la región Andina, nos expone una nueva mirada al respecto en esta columna.

 

La incertidumbre mantiene una correlación directa con variables difíciles de controlar y va en incremento en razón de la dinámica del mundo moderno en el que, diariamente, se generan un sinnúmero de acontecimientos que más que certezas, nos dejan preguntas. 

 

Asuntos como la situación económica del mundo; la volatilidad de variables relacionadas con la inflación, el producto interno bruto (PIB), el acceso a la educación, el desempleo, los efectos del cambio climático sobre las poblaciones y la perdurabilidad de los negocios; el impacto de los conflictos emergentes; e incluso la llegada de nuevos gobiernos, son solo algunos ejemplos de los temas de conversación que están sobre la mesa, que generan nerviosismo, y que resultan especialmente determinantes para el futuro de América Latina.

 

Quienes vivimos en la región hemos sido testigos de años marcados por el malestar social y por una elevada inestabilidad económica y política que parece no dar tregua.

 

El Fondo Monetario Internacional estimó recientemente que la inflación en 2022 será del 12,1 % y en 2023 del 6,5%, una de las más altas en veinticinco años, lo que tiene consecuencias sobre las dinámicas de consumo y el poder adquisitivo de las personas. La Unesco y Unicef señalaron que, a pesar de los avances, América Latina no alcanzará las metas de educación de la Agenda 2030 debido al estancamiento de indicadores clave de acceso a la educación primaria y secundaria, las evaluaciones de la calidad del aprendizaje, y al aumento de ciertas brechas específicas en el nivel terciario.

 

Asimismo, la Organización Internacional del Trabajo advirtió que, aunque América Latina y el Caribe han reducido su tasa de desocupación hasta el 7,9 % en el primer trimestre de 2022, la mayoría de los empleos recuperados están en condiciones de informalidad; y la Cepal mencionó que la tasa de pobreza extrema en la región subirá de 13,8 % en 2021 a 14,9 % en 2022, es decir, 1,1 puntos porcentuales más que en 2020, incrementando el riesgo de que la población no tenga seguridad alimentaria. Algunas organizaciones enfocadas en el cuidado del medioambiente también develaron que en 2021 la deforestación en la selva amazónica se duplicó en comparación con la media de 2009-2018, alcanzando su nivel más alto desde 2009 y perdiendo una superficie de bosque de 12.000 kilómetros cuadrados, un 22% más que en 2020.

 

Y es que, aunque las estimaciones parecen desconocer los esfuerzos que se están realizando desde diferentes espectros para darle la vuelta al panorama —que se evidencian en resultados destacables como la recuperación económica de algunos mercados, el repunte de las exportaciones, la llegada de inversión extranjera, la consolidación de hub tecnológicos y de emprendimiento en la región, o la activa agenda en temas de sostenibilidad—, lo cierto es que aún tenemos por delante un reto relacionado con la apertura al entendimiento de la incertidumbre. Un reto que supone una oportunidad para la búsqueda de soluciones que nos permitan salir fortalecidos de este momento, especialmente con relación a las capacidades necesarias para anticipar más y mejor los cambios, de forma que no solo no nos sorprendan, sino que aprovechemos la predictibilidad para ponerla al servicio de la generación de un mayor bienestar.

 

Ya lo decía Maggie Jackson, escritora estadounidense y autora de Distracted: Reclaiming Our Focus in a World of Lost Attention: “la incertidumbre es un tipo de pensamiento provocador. Nos saca de la rutina, de los hábitos automáticos y de los patrones, obligándonos a nuevos horizontes. Es absolutamente crítica para el pensamiento, para la creatividad, incluso para el bienestar mental y la resiliencia”.

 

Sin duda, se trata de una tarea mayúscula y compleja en la que la recursividad que siempre nos ha caracterizado, la cooperación, y la contribución de todos los que hacemos parte de esta sociedad serán fundamentales para seguir construyendo en positivo y trabajando por cerrar las brechas que nos alejan de asuntos medulares como la equidad y el crecimiento con calidad.

 

Las condiciones están dadas, tenemos cómo capitalizar el contexto a nuestro favor, pero debemos dar un paso adelante para, sobre todo desde el sector empresarial, entender el momento que atravesamos, comprender lo que demanda el contexto, mantener el optimismo, apostar por la confianza y continuar impulsando medidas que garanticen una recuperación en el corto y mediano plazo, así como que promuevan la productividad, la competitividad, la empleabilidad formal, los procesos de transformación sectorial, la conectividad, la tecnificación, la digitalización y la generación de un mayor valor económico, social y ambiental.

 

Démonos la licencia de ir aprendiendo mientras hacemos el recorrido y de abrazar la incertidumbre como un trampolín para aportar y cumplir los objetivos que tenemos como latinoamericanos.

 

María Esteve
Socia y Directora General LLYC Andina

 

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