Alrededor del 50% de la población mundial habita en ciudades y en poco menos de 30 años esa proporción aumentará al 70% (según el Banco Mundial). Siete de cada diez habitantes del planeta residirán en zonas urbanas al año 2050, áreas que enfrentarán enormes presiones en este siglo, no tan solo por esta masiva transformación, sino también por fenómenos como el cambio climático, las enfermedades emergentes, la escasez de recursos naturales y la conflictividad socio-política.
Construir ciudades con la capacidad de adaptarse será, probablemente, uno de los mayores retos que enfrentará nuestra civilización a lo largo de su historia. En este contexto, la resiliencia urbana cobra cada vez más importancia: cómo las personas, comunidades, instituciones, empresas, sistemas y gobiernos sobreviven, se adecúan y se desarrollan, abordando el estrés o los impactos que enfrentan.
Según ONU-Habitat, una ciudad resiliente es aquella que evalúa, planea y actúa para preparar y responder a todo tipo de obstáculos, ya sean repentinos o lentos en su origen, esperados o inesperados. En este marco, ONU-Habitat tiene por propósito contribuir a transitar hacia urbes que estén mejor preparadas para proteger y mejorar la vida de sus habitantes, asegurar avances en el desarrollo, fomentar un entorno en el cual se pueda invertir, y promover el cambio positivo.
El aumento en la densidad de vivienda, el incremento del coste de la vida, la desigualdad en el acceso a recursos y el creciente impacto de la emergencia climática están poniendo a prueba cada vez de forma más extrema nuestras ciudades. ¿Estamos preparados? Todas las ciudades del mundo son vulnerables a estos retos, pero es su capacidad de gestionarlos para minimizar sus efectos lo que marcará la diferencia. Por lo tanto la planificación de ciudades resilientes es un tema sumamente relevante.
Mientras las ciudades se vuelven cada vez más pobladas, también lo hacen los asentamientos no regulados, cuya planificación para enfrentar retos sociales, económicos y ambientales ciertamente no existe. Un problema habitual de las urbanizaciones irregulares es la eliminación de áreas con vegetación, afectando el balance de radiación y calor, lo que deriva en verdaderas “islas” de calor.
La planificación urbana temprana es un factor diferencial en este proceso, pues no solo permite reducir los impactos vinculados con la urbanización, sino también requiere implicar a los gobiernos, en sus distintos niveles, en los planes de desarrollo, así como también en los planes de adaptación y resiliencia, que garantizarán la calidad de vida. Los actores locales –población y autoridades– deben protagonizar este proceso.
Diversos informes internacionales dan cuenta de que Chile presenta la mayoría de las vulnerabilidades (siete de las nueve estudiadas) ante los efectos del cambio climático, por lo tanto, es prioritario desarrollar planes de adaptación y resiliencia climática. Entre otros aspectos, resultará fundamental que los distintos tipos de infraestructura presentes en una ciudad sean resilientes a las amenazas.
El promedio de vida útil de las edificaciones urbanas de material sólido es de 50 años aproximadamente, por lo que no cabe duda que las condiciones climáticas cada vez más extremas demandarán una evolución de elementos centrales del diseño y la construcción, tales como la aislación térmica, el uso de materiales de calidad e innovadores y las adecuadas terminaciones. El planeta ya vive su gran amenaza, y de cuán resiliente seamos dependerá en gran medida el mundo que habitarán las próximas generaciones. El tiempo de actuar es ahora.
Rodolfo Verdejo, Jefe de Especialidad Estructuras y Arquitectura, Arcadis Chile
Equipo Prensa
Portal Innova