¿Está la especie humana equipada en su raíz más profunda para enfrentar permanentemente la crisis? o  ¿son dichas circunstancias las que nos forjan como seres creativos?

Responder a estas preguntas implica, en primer lugar, ponernos de acuerdo sobre lo qué entenderemos por Emprendimiento y Crisis. De acuerdo con la definición más clásica aportada por el economista austriaco Joseph Schumpeter en 1934: “Los emprendedores son innovadores que buscan destruir el statu-quo de los productos y servicios existentes para crear”. Esto supone una ruptura ética significativa en la que el emprendedor o emprendedora enfrenta permanentemente una interacción dicotómica entre el inconformismo-propositivo y la creatividad-destructiva.

Por otra parte, y desde una perspectiva económico-productiva, podríamos considerar una crisis como un período de cambio en el que se alteran significativamente las condiciones de operación de las personas y organizaciones y en donde resulta muy poco conveniente proyectar acciones para el mediano y largo plazo. Es muy difícil encontrar hoy alguna persona u organización que esté formulando planes para los próximos cuatro o cinco años con plena seguridad y certeza. Este escenario se ve reflejado, e intensificado quizás, en la actual pandemia producto del COVID-19.

Ante esta nueva realidad, hemos visto la rápida respuesta adaptativa por parte de algunos sectores comerciales y productivos, a partir de nuevos o mejorados negocios, que han logrado sintonizar con la amplia variedad de necesidades y problemáticas de sus clientes durante la pandemia, y las nuevas formas de vida y relacionamiento que esta ha instaurado. Cobra sentido entonces, afinar un poco más la pregunta inicialmente planteada ¿Hay algo verdaderamente nuevo en esta crisis para los y las emprendedoras? En un país como el nuestro, una crisis supone siempre el enfrentar un abismo de dudas, problemas y emergencias de toda categoría, develando en muchos casos, la escueta y en ocasiones precaria estructura administrativa, financiera y operativa sobre la cual se asienta la gran mayoría de las pequeñas y medianas empresa de Chile.

Una crisis brinda la posibilidad vital de repensar y repensarnos por completo; de vernos una vez más y de asumir la posibilidad de transformarnos y de transformar. Pero ello conlleva, por cierto, reconocer lo que somos y hemos sido. Repasar la historia y los hitos de crecimiento a propósito de esta aún instalada emergencia sanitaria, permitiendo disponer y preparar la masa crítica de pioneros y pioneras que encumbrarán los negocios del siglo XXI y en donde el rol de las instituciones de educación, en todos sus niveles y sectores, es el de incentivar, fortalecer, desarrollar y conectar el talento innovador y emprendedor de miles de compatriotas que ya han establecidos campamentos de avanzada en aquellos ámbitos tecnológicos, productivos, formativos y comerciales que liderarán la actividad económica del país de la mano de una sociedad que demanda, cada vez más, nuevos términos y plataformas para la construcción conjunta y democrática de aquella realidad en la que deseamos vivir y un estado lo suficientemente maduro y con proyección de desarrollo que se convierta auténticamente en un socio estratégico de primera categoría.

Lo cierto es que la respuesta a esta pregunta no queda en ningún modo restringida a las letras de la presente columna, sino que se afirma, más bien, en la evidencia empírica de todas aquellas organizaciones y por sobre todo personas que, asistidas fundamentalmente de su intuición y experiencia, lograron oportunamente adecuar y transformar sus propuestas de valor, descubriendo “nuevos” elementos, modelos, estrategias y recursos que le permitieron configurar una verdadera ventaja competitiva, prevaleciendo y adaptándose, una vez más, a esta eterna y colosal rueda de posibilidades llamada vida.

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