Elena López, cofundadora y COO de Cheaf.

Hace algunos meses, FAO y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) emitieron una alerta conjunta al dar a conocer la última versión de su informe Hunger Hotspots, producto del aumento de la crisis de inseguridad alimentaria en 18 puntos críticos, que incluyen 17 países y/o territorios. Tanto los conflictos armados -en mayor medida-, como los fenómenos meteorológicos extremos -lluvias intensas, tormentas tropicales, ciclones, inundaciones, sequías y el aumento de la variabilidad climática, por ejemplo- son factores importantes de esta inseguridad alimentaria aguda que asola a diversos territorios.

Los conflictos bélicos y la crisis climática no sólo están afectando a aquellos territorios que sufren estos problemas en primera persona, sino que además han impulsado los precios de los alimentos al alza, haciéndolos inalcanzables para las personas más vulnerables en todo el mundo, con una inflación que, aunque se ha logrado controlar en alguna medida, sigue siendo alta, sobre todo en los países de menores ingresos.

Lamentablemente, y pese a los enormes avances tecnológicos y las innovaciones empleadas en todo el orbe, aún estamos lejos de garantizar un suministro alimentario resiliente, sostenible y para todos. Es por ello que la pérdida y el desperdicio de alimentos implican un problema tan grande y, simplemente, no podemos permitir que la comida y los recursos empleados para producirla se pierdan, cuando tantos millones de personas están en riesgo de hambruna y muerte hoy.

Cuando sabemos que alrededor del 14% de la producción alimentaria mundial (algo así como 400 mil millones de dólares cada año) se pierde entre la cosecha y su llegada a las tiendas, y que un 17% adicional acaba siendo desperdiciado entre la venta minorista y los hogares de los consumidores, sabemos que éste es un problema que debemos solucionar a la brevedad, sobre todo, si consideramos que según estimaciones de la FAO, esta comida podría alimentar a más de 1.200 millones de personas cada año.

Pero la pérdida de comida no sólo nos impone un conflicto ético, sino que también uno medioambiental (que además contribuye a empeorar las condiciones de vida de millones de personas): los alimentos en descomposición son responsables de entre el 8 y 10% de los gases de efecto invernadero mundiales, uno de los principales responsables de la crisis climática.

Es por esto que, desde 2020, cada 29 de septiembre se conmemora el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, fecha en que Naciones Unidas nos llama a reflexionar sobre este enorme problema y que este año, en su quinta celebración, busca subrayar la necesidad de financiamiento para impulsar los distintos esfuerzos que pretendan mitigar este problema.

Recientemente, nuestro estudio de opinión pública Voces contra el Desperdicio de Alimentos reveló que las personas consideran que tanto el Estado, como los fabricantes y vendedores de alimentos debiésemos asumir responsabilidades sobre este problema, al conducir y financiar iniciativas que se preocupen de resolverlo.

Ningún sector (personas, Estado y el sector privado) puede resolver este enorme problema por sí solo; debemos actuar en conjunto para que, desde nuestras propias áreas de acción y expertise, seamos capaces de generar hábitos, regulaciones e innovaciones que nos permitan dar solución a la pérdida y desperdicio de alimentos.

Hace pocos días, en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas su secretario general, António Guterres, pronunció la triste y acertada frase: “Nuestro mundo es insostenible”. Creo fervientemente que debemos trabajar juntos para que, al menos en lo que respecta a la seguridad alimentaria en nuestro planeta, cambiemos esta realidad y construyamos un nuevo camino donde logremos una mayor resiliencia en la materia.

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